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Manténgase involucrado en la era del Covid-19

Estudio de la Biblia durante el distanciamiento social, foto de Mike DuBose, UMNews
Estudio de la Biblia durante el distanciamiento social, foto de Mike DuBose, UMNews

Al escribir este artículo, estoy sentada en la cocina mirando a través de la ventana con mi pequeña hija sentada a mi derecha mirando el programa circletime. Al otro lado de la mesa está mi esposo en lo que llamaría su oficina a distancia.

Pasamos por tiempos que jamás habíamos experimentado. Nuestros hogares eran lugares de descanso y comodidad. Ahora se han convertido en espacios para actividades múltiples como el trabajo y la enseñanza.

He salido de casa solo para ir al supermercado, y ni siquiera cada semana. Ya estamos viviendo la cuarta semana de esta nueva situación “normal”. El comienzo y término de la semana laboral que antes se indicaba por el fin de semana como una pausa natural del ritmo semanal se ha mezclado como una sola cosa.

Sin embargo, cuando salgo de la casa todavía hay algunas cosas familiares. Las aves siguen comiendo de su comedero. Recibo mensajes de textos de amigos de todo el país. Todavía puedo tener FaceTime con sobrinas y sobrinos. Las abejas siguen trabajando en las flores. Incluso mis comunidades espirituales han continuado su ritmo, aunque los espacios donde nos reunimos lucen un poco diferentes.

Soy diacono de la Iglesia Metodista Unida, esto es, pertenezco a una orden laica cuyo ministerio de por vida es el amor, la justicia y el servicio. Para poder realizar mi ministerio en forma virtual se requiere bastante creatividad en la forma en que seguimos las ordenanzas que Jesús dejó a sus discípulos: Aliviar el sufrimiento; erradicar las causas de la injusticia y todo lo que le roba a la vida su dignidad y valor; facilitar el desarrollo del potencial humano; y compartir en la construcción de una comunidad global a través de la iglesia universal.

Seguir los mandamientos de Jesús y el hacer del amor un verbo, requiere que hagamos lo que siempre hemos sabido que es la verdad: abandonar el edificio. Este período de distanciamiento físico nos ha forzado a entender plenamente lo que significa estar presentes unos con otros, incluso cuando no estamos físicamente en el mismo lugar.

¿Cómo mantener nuestra  presencia? 

Las conversaciones que he experimentado desde que se emitió la orden Safer at Home han tenido que ver con el qué más que con el por qué. Al pensar en la adoración, la educación, el cuidado de la congregación y la comunidad, nos hemos preguntado: ¿Cómo hacemos esto? ¿Qué tecnología usamos? Líderes, maestros y empleados de la iglesia están actuando como productores y técnicos de videos o podcasts. Los administradores de medios sociales y los editores de multimedia navegan un mundo virtual que algunos jamás consideraron como espacios “reales” a través de los cuales se podría tener ‒y menos sostener‒ una relación, instrucción, adoración y cuidado pastoral en la iglesia.

Vivo y trabajo en Nashville (Tennessee), donde las conversaciones han pasado de los aspectos técnicos y de producción de nuestras reuniones para centrarse en lo que esto significa a largo plazo. ¿Cómo sostenemos nuestras relaciones y formamos vínculos profundos cuando no podemos estar juntos? ¿Cómo luce la práctica de cuidar unos de otros cuando estamos sumidos en la ansiedad del  desempleo, la salud física, la economía y una hueste de otros problemas que consumen nuestra mente y corazón de lo que podemos soportar?

El practicar lo que es una comunidad espiritual no tiene por qué ser una réplica de lo que haya sido cuando lo hacíamos en persona. No obstante, debemos preguntarnos ¿Qué hacía que estas interacciones fuesen algo significativo? ¿Qué había en el conectarnos y comunicarnos unos con otros que producía vida? ¿Cómo podemos estar presentes unos con otros a pesar de no estar juntos físicamente? ¿Quién no está presente ahora que nos hemos movido a solo interacciones digitales?

Una cosa que ha quedado en claro es que podemos ser creativos. Hemos encontrado maneras de estar presente unos con otros, quizá ahora más que nunca antes. De alguna forma hemos encontrado tiempo y creado espacio para hacer las cosas que dijimos que no podíamos hacer. En mi hogar, ahora desayunamos juntos todos los días como una rutina, algo que no habíamos hecho, excepto los fines de semana. Caminamos juntos en la mañana y la tarde. Nuestra pequeña nos recuerda que debemos orar cada vez que comemos.

Se están formando ritmos que sirven como importantes marcadores en el día. Nos recuerdan que debemos detenernos y celebrar.

En la Escuela de Divinidad de Vanderbilt, donde sirvo como diácono, nos reunimos cada semana para adorar y meditar. Aunque antes lo hacíamos en persona, estos puntos breves de conexión se realizan por el internet y continúan como una de las hebras que mantienen la comunidad unida y que amplían nuestro círculo. El tiempo para el café y las horas de oficina han tomado una forma distinta. Hemos visto aspectos de nuestra vida que no habíamos visto anteriormente: los pequeños aparecen en medio de una reunión por Zoom, escuchamos el trasfondo de perros ladrando, y nuestros rostros no llevan maquillaje. Parece que ahora comunicamos todo nuestro ser.

Cuidamos unos de otros en manera que no lo habíamos hecho anteriormente. Envío más notas, paquetes y textos, a la vez que creo tiempos sociales con amigos para ponernos al día de lo que pasa. Estoy más involucrada en mi iglesia local al navegar juntos cómo se siente y luce el discipulado digital.

El trabajar a la distancia me asegura que cualquiera haya sido la fantasía que se nos enseñó en cuanto a depender de uno mismo, se trata de eso, una fantasía. No podemos sostener nuestra vida por nosotros mismos. Hemos sido creados para vivir en comunidad. Cuando celebramos la Santa Cena se nos recuerda de esta verdad al recordar que somos un cuerpo en Dios y unos con otros.

La presente crisis de salud nos habla de nuestra mortalidad, de las vidas delicadas y pasajeras que vivimos. Pero la gente de fe también recibe la oportunidad de ser un pueblo de esperanza, amor, justicia y servicio.

El Covid-19 ha expuesto las vulnerabilidades de nuestros sistemas, las cuales algunos tienen el privilegio de ignorar: disparidad en el acceso a la atención médica; protección para los trabajadores al frente de batalla abasteciendo los estantes, limpiando los hospitales, proveyendo cuidado de la salud; salario digno; encarcelamiento masivo. Cada día tenemos la oportunidad de involucrar nuestra fe, sea practicando las disciplinas espirituales que nos bajan a la realidad y guían nuestra labor, o luchando por el derecho que todos tienen a vivir una vida saludable y plena.

Liberación y justicia como trabajo virtual

¿Cómo nos involucramos en la liberación por medio de una pantalla? Sugerimos lo siguiente:

Primero preguntémonos: ¿Quién estaba realizando esta labor antes de que empezara la pandemia?

¿Qué grupos ya pusieron en marcha esta labor de justicia, equidad y liberación?

¿Quién demanda una expansión al sistema de Medicaid? ¿Quién lucha por conseguir un salario justo para todos? ¿Quién aboga por las personas indocumentadas?

En otras palabras, ¿Quién se solidariza con los más vulnerables que tienen menos acceso a la riqueza de la sociedad?

Haga una búsqueda Google de términos como “mutual aid” y “grassroots”. Si lo hace es muy posible que encuentre organizaciones de base dirigidas por aquellos que han sido afectados más que todos.

Segundo, pongamos nuestro dinero en acción. No todos pueden hacer contribuciones monetarias, especialmente en medio de una recesión e incertidumbre laboral. Pero si usted tiene medios, hay organizaciones como los bancos de alimentos, Meals on Wheels y servicio directo a favor de quienes están sin hogar. Esta organizaciones están trabajando y necesitan voluntarios y donaciones para su labor. Averigüe cuál es la necesidad de su ciudad cuya población marginada experimenta la disparidad causada por la pobreza, el racismo y el clasismo.

Tercero, actúa como un buen prójimo. ¿Hay en su comunidad gente que está en riesgo? Averigüe quiénes son o vea si hay alguna organización que los ayuda con alimentos. ¿Conoce gente en la iglesia que ya estaba desconectada socialmente antes de la pandemia? Vea si puede organizar una campaña para enviar tarjetas postales para animarlos y mostrarles amor. Abogue para que haya una moratoria a cualquier desalojo y una congelación del pago de arriendo para inquilinos afectados económicamente.

Estos son tiempos muy difíciles. Afortunadamente, el ministerio de amor, justicia y servicio puede ocurrir de muchas maneras, aun cuando no estemos en el edificio de la iglesia.

Manténgase sano, seguro e involucrado porque incluso cuando esta pandemia llegue a ser un asunto del pasado, el trabajo por la justicia y el Shalom de Dios siempre continúa.


Sophia Agtarap

Sophia Agtarap es una diaconisa de la Iglesia Metodista Unida, una orden laica cuyo ministerio de por vida es el amor, la justicia y el servicio.  Sirve también como directora de comunicaciones en la Escuela de Divinidad de Vanderbilt. Le encanta explorar la interconexión entre comida y comunidad, y también las maneras en que podemos amar y servir al prójimo a través de esas intersecciones.

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